jueves, 6 de febrero de 2014

Un día te levantas tarde de la cama y...

Te has quedado dormido y te das cuenta de que el tiempo cuenta. Casi te caes de la cama al poner el pie fuera de ella. Abres la puerta con los ojos medio cerrados porque aun no puedes abrirlos. Vas corriendo a la cocina y mientras se calienta la leche en el microondas tienes que volver a la habitación para vestirte. Has oído el pitido final del microondas y casi no te ha dado tiempo a elegir camiseta. Te pones la primera que encuentras en el armario y según sales de la habitación te das cuenta que te la has puesto al revés. Una vez más tropiezas con el suelo y casi te caes. Consigues llegar a la cocina donde acelerado sacas la leche y no puedes evitar tirar la mitad de su contenido. Maldices todo lo que puedes y coges la bayeta. Ya has conseguido recoger todo y sin tener tiempo de sentarte en la mesa, sacas las galletas y engulles unas pocas junto con la leche. Te entra la tos ya que es demasiada sustancia en tan poco tiempo. Te lavas los dientes más o menos como puedes, y mientras lo haces meas ya que ni te has dado cuenta que no habías ido al baño. Te lavas la cara con agua congelada y abres bien los ojos para poder verte en el espejo ya que no puedes ni abrirlos de lo dormido que te encuentras. Doblas el nórdico por encima de la cama tapando la almohada, la sábana que parece un erizo y el pijama que está del revés. Te pones la chamarra, coges el maletín y sales pitando de la casa. Según cierras la puerta empiezas a registrar todos los bolsillos que llevas esperando que tus manos piensen más rápido por las mañanas que tu cabeza y así hayan podido coger las llaves. Resulta que se encuentran en el último bolsillos donde miras. Cierras y bajas por las escaleras ya que no tienes tiempo para estar esperando al ascensor. Vas atándote la chaqueta y tropiezas con una escalera (tercera vez que ganas a la muerte esta mañana). Ya estás en el bajo y te miras en el espejo que hay en el portal. Ves que tus pelos dejan bastante que desear; así que inconscientemente te detienes e intentas arreglarlos, pero lo das por vencido y abres la puerta. Por fin puedes volver a mirar el reloj, respirar aire libre y frío. Te quedan 20 minutos de camino para llegar al lugar en el que tienes que estar dentro de 10. Por ello aceleras el paso y esperas que los segundos pase lentamente. A pesar de todo tu recorrido y que llegas agonizando, has podido llegar a tiempo; bueno, un minuto tarde, pero ha merecido la pena. 
Y cuando llegas te paras a pensar: todo ese tiempo que he pasado deprisa por mi casa, sin fijarme en las cosas, he pasado corriendo por la calle como cualquier enamorado que llega tarde a su cita, casi me caigo tres veces... ¿Por qué no dedicamos más tiempo al día día? ¿A disfrutar de las cosas pequeñas? Simplemente de un vaso de leche calentito con sus galletas reblandeciéndose viendo caer la nieve en invierno, o quejándonos de los duro que va a ser el día. A veces, se nos escapan a la vista cosas importantes que no vamos a poder volver a vivir, solamente por ir alocadamente pasando entre ellas ¿Y si nos tenemos que tomar más tiempo en nuestro día a día para disfrutar de ello?

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